lunes, 24 de diciembre de 2012

Relato: Vivir en una Pompa de Jabón



Amigos. Hoy es Nochebuena y os regalo un cuento escrito por mí. Particularmente me encanta. Espero que lo disfruteis. Felices Fiestas.
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Al segundo gin-tonic me habló de una chica con la salió en su adolescencia y a la que tuvo que dejar porque tenía la mala costumbre de hurgarse la nariz con el dedo. Al tercero, me describió cuánto odiaba su primer trabajo. Y al cuarto, me contó como pasó 15 días enteros sin salir de casa y sin ver a casi nadie, tan sólo a los ocasionales repartidores que le traían la comida a domicilio.

Cristóbal y cuatro amigos más habían planeado pasar por fin unas vacaciones juntos. Se trataba de amigos con los que había estudiado en la universidad, ahora todos treintañeros. Habían alquilado un piso en Fuengirola, y querían revivir su adolescencia de nuevo. Un mes antes, uno de los amigos tuvo que cancelar porque su mujer le amenazó con divorciarse si la dejaba sola durante las vacaciones. A partir de allí, todo el plan se vino abajo como un castillo de naipes. A otro amigo le surgió un viaje de negocios al que no pudo negarse y al tercero le salió por fin un trabajo. Cristóbal y el cuarto amigo decidieron no irse solos.
Como no podía cambiar sus fechas de vacaciones, no sabía muy bien qué hacer con esos días libres. Se planteó irse a Inglaterra unos días a mejorar su inglés o gastarse el dinero reservado para su viaje en redecorar su piso. Me contó que tras pensarlo un poco, hizo creer a su familia,  amigos y compañeros de trabajo que se iba de vacaciones. Sin embargo, decidió encerrarse en casa durante esos 15 días y no poner ni un pie fuera. No le preocupaba la soledad, ni tampoco el aburrimiento. “Lo que de verdad me daba miedo”, me dijo, “era caer en la desidia y dejar de asearme y que se acumulara demasiada basura dentro de casa”.
Solucionó el reto de mantenerse limpio y arreglado con grandes dosis de fuerza de voluntad y el problema de la basura lo solventó dando una propina exageradamente alta a cada uno de los repartidores que venían a traerle la compra para que le tiraran la basura al bajar. “Tengo un problema con el tobillo”, les mentía, “y apenas puedo andar”.
Cada mañana, se despertaba sin despertador, sencillamente cuando se lo pedía el cuerpo. Se preparaba un café y se lo bebía en la cama mientras leía alguna de las novelas de las que se había surtido antes de encerrarse en casa. Después se duchaba y se vestía como si fuera a salir a trabajar, siempre conjuntado y con la ropa planchada. “A veces, incluso me puse la corbata”, me decía con asombro.
Los primeros días pasaba horas delante del ordenador, inventándose sus vacaciones y colgando fotos de playas en las que no había estado y de paisajes que nunca había visto en las redes sociales. Comentaba en blogs, leía las noticias,  y buscaba recetas nuevas para su almuerzo. Cada día se cocinaba algo distinto: spaghetti con salsas que jamás había probado, postres que no lograba comerse solo, y platos de todos los estilos.Arroz chino, sopa japonesa, couscous …lo que no logró fue que le saliera bien el sushi.
El sexto día, su rutina de lectura, ordenador y cocina no era suficiente para entretenerle, así que la emprendió con su casa y ordenó todos y cada uno de sus armarios, cajones y estanterías. Al abrir un cajón de su escritorio, descubrió un fajo de cartas que recibió de diferentes amigos y novias años atrás. Las releyó todas. Se sintió como si estuviese leyendo la correspondencia de otra persona. Por su cabeza desfilaron personajes de su pasado que ya casi había olvidado. Leyendo las cartas, no se reconoció en su yo de antes. Tan superficial, tan impaciente por agradar a los demás.
Al séptimo día descubrió dos cosas:
-En su afán de ordenar había tirado tanta ropa,  que casi no le quedaba qué ponerse en el armario.
-Había dado tantas propinas a los repartidores para que se deshicieran de las docenas de bolsas de basura que había acumulado con la limpieza, que se estaba quedando sin dinero en metálico.
Pasó toda la tarde comprándose ropa nueva en los outlets de la red. También compró una papelera de capacidad de 50 litros para poder aguantar hasta el final de sus vacaciones sin tirar la basura.
El octavo día descubrió que hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz y ese pensamiento le hizo sentirse inquieto.
El noveno día tuvo que esconderse en el armario de su habitación durante una hora porque vino su hermana a regarle las plantas.
El décimo día, el pensamiento de saber que en breve tendría que salir de nuevo a la calle, y enfrentarse al mundo empezó a acecharle. Para mantener su mente ocupada preparó un complicado  plato de hojas de viña rellenas de arroz y carne picada. El relleno era simple de hacer, pero poner la cantidad justa dentro de cada hoja y enrollarla sin que se rompieran resultaba todo un reto. El resultado fue un plato exquisito. Le sobró mucha comida  y no se sintió mal por no poder compartirla con nadie. Se dio cuenta de algo. Se dio cuenta de que su mundo era redondo. Redondo y frágil como una burbuja de jabón.
Los últimos cinco días, transcurrieron a una velocidad vertiginosa, escurriéndose como agua entre los dedos. Sus libros, su cocina, su ordenador, su tele, su colchoneta azul donde hacía los estiramientos matinales, constituían un mundo perfecto que no quería cambiar. Se quería más que nunca,  adoraba estar consigo mismo y mantener diálogos mentalmente. Sin embargo, pensar en su yo laboral, en su yo como amigo, hermano, hijo y tío no le producía placer alguno. Al pensar en su vida normal, en su vida anterior a la burbuja, le parecía estar visionando escenas de la vida de otro…y no siempre le gustaba lo que veía.

Y aquí Cristóbal acabo su cuarto gin-tonic y también paró de hablar.
“¿Y qué pasó luego?”, le pregunté
“Nada”, me dijo, “tuve que volver a trabajar, a mi vida cotidiana, a mi día a día”
“Entonces, ¿sufriste simplemente algo así como un síndrome postvacacional?”, intenté resumir.
“No”, me contestó, “fue como despedirse de un buen amigo. Aunque seguro que pronto nos volveremos a encontrar”

6 comentarios :

  1. Qué bueno!!! Confieso que a veces me gustaría hacer lo mismo... Un besote y Feliz Navidad!!!

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  2. Muy bueno,Inma. Me encanta como escribes.

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    1. Gracias Vicky . A mi me encanta que te animes a comentar

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