Tengo un recuerdo muy vivo en mi cabeza de mi primer embarazo. Estaba paseando con un amigo (el que me dejó por SMS) y mi marido por el Jardín Botánico de Madrid en otoño, casi invierno. Probablemente es la peor época para pasear por el botánico porque estaba de hoja muy caída. Comentábamos que cuando se tienen niños es importante no decir palabrotas delante de ellos porque luego las repiten. Y me prometí a mí misma no decir palabrotas cuando tuviera a mi bebé.
Creo que en ese sentido lo he hecho bastante bien, y se me escapan pocos tacos, pero hay situaciones en las que una no puede evitar jurar como una carretera, y suelen traer consecuencias.
Un miércoles, cualquiera, M30, dirección a la piscina de los niños.
Tengo que cambiarme de carril para poder meterme en el túnel de la M30. Una mujer con un 4x4 a mi izquierda, parece estar haciendo todo lo posible para impedirme cambiar. Me empieza a poner nerviosa y me acaba cabreando, así que suelto un alarido de "Déjame pasar, Zorra". Logro entrar en el túnel gracias a la adrenalina del cabreo. Sigo conduciendo mientras practico la respiración elíptica que he aprendido en clase de TaiChi. No es tarea fácil.
De pronto una voz finita, dulce y que procede de la parte trasera de mi coche dice: "Mira mamá, la Zorra está alli".
Y ahí ahí la voz de mi conciencia me dijo a mí misma "pues te fastidias, ahora sales de esta tú solita, mami".