Hay veces que la memoria se vuelve selectiva y sólo recuerda lo que quiere.
Y hay veces también, que sólo queremos recordar y rememorar ciertos momentos.
Yo hoy recuerdo egoistamente sólo los momentos en los que fui buena con mi madre. Momentos de ella y míos compartidos.
Recuerdo una vez que se encontró en un cajón un escrito, que yo había hecho años antes y nunca le había enseñado. En él decía cosas bonitas sobre ella, y cuando un día, haciendo limpieza se lo encontró por sorpresa, lloró de la emoción.
Recuerdo cuando le dije que le iba a llevar a conocer Luxemburgo, cuando en realidad le había planeado un viaje a Roma por sorpresa. Al verse en el checkin del aeropuerto, también se emocionó hasta las lágrimas.
Recuerdo cuando le dije que iba a tener a mi primer hijo, su primer nieto.
Recuerdo cuando la hemos llevado a comer albóndigas a Ikea, cuando mi hija le llenaba el pelo de horquillas de lacitos y flores o cuando mi hijo le escribió una carta como redacción del cole.
También recuerdo el día de esta foto. Fue este mes agosto, y ella nos dejó en diciembre. Estábamos las dos solas en Madrid y fui a buscarla para salir a cenar juntas. Me dijo que no quería quedarse por el barrio y que quería ir a la Casa de Campo. Cenamos ensaladilla rusa y chipirones en un kiosko cerca de el Lago. De camino al coche, andando muy despacito, porque ya le costaba respirar, fuimos identificando el perfil de Madrid: La Catedral, el Palacio Real. Fuimos recordando los kioskos que había al lado del metro y ya no estaban. Mi antigua escuela que ahora está en la universidad, y lo guarros que eran los kioskos hace unos años.
Guardo ese recuerdo, porque sería el penúltimo momento en el que estuvimos solas las dos, sin mis hijos, sin otras personas. El último momento juntas ya sería en el hospital, cuando entró en coma.
Recuerdo estos momentos, de forma egoísta, en los que yo me porté bien. Porque mamá, tú siempre fuiste buena conmigo.