Por suerte, vivir en un barrio residencial súper tranquilo tiene algo muy positivo: que esta tranquilidad se pega y entra en tu espíritu.
Y digo por suerte, porque yo me fui de vacaciones con el corazón desbocado de estrés producto de "trabajar desde casa cuando los niños están de vacaciones". Y el corazón ahora late normalmente.
Lo reconozco, la vuelta a la normalidad, ha sido buenísima.
- El cole está más cerca de casa (por eso nos mudamos), así que todos podemos dormir más
-Hay parques enormes por doquier también cerca de casa
- Hay muchos más niños en la comunidad de vecinos. En la anterior los había, pero eran bebés...
- Una comunidad con menos peligros que la anterior, en la que los niños no se pueden caer al garaje al asomarse por una barandilla, por lo que los niños pueden bajar de vez en cuando solos. Aunque, inciso, la primera vez que dejé bajar al Hugo solo al parecer se cayó de cabeza de una altura de más de un metro.
Y la tranquilidad ha llamado a mi puerta de la forma más inesperada. Lo malo de trabajar desde casa es que parece que llevas el curro a cuestas a todas horas. Si tienes que irte a buscar a los niños al cole te sientes mal por si te entra una llamada o por si no respondes a un mail. Y te ves andando por la calle con la merienda en una mano y el iPhone en la otra tecleando con furor. Y no sé por qué, ahora no me pasa. ¿Será el barrio? ¿Qué es? ¿Cómo he llegado a este deseado estado de tranquilidad, sin tan siquiera planteármelo?
Por dios, qué dure
Y es que trabajar de casa es como vivir en una montaña rusa emocional. Es fácil motivarse y desmotivarse tres veces en el mismo día, hay actitudes de compañeros que no comprendes porque están lejos, y también hay sentimientos que crees que tienes solo tú y te sientes mal y luego resulta que los tiene toda la empresa...Puedes cogerle asco y amor a un proyecto en la misma semana, ....Y luego hay periodos más largos de emociones planas.....
Pero lo que siempre es horrible es trabajar cuando los niños están en casa. No lo entienden. Se enfandan al ver que mamá está en casa y no se dedica a ellos, y que de hecho, no se le debe molestar.
Y como decían en el 123...¡hasta aquí puedo leer!
jueves, 27 de septiembre de 2012
martes, 18 de septiembre de 2012
Relato Corto: Apretón en Gatwick
Prólogo: esta es la primera parte de un relato corto que escribí para mi clase de escritura creativa. Fue muy frustrante cuando lo leí en clase. La primera parte del relato (esta) pretendía ser graciosa, pero cuando lo leí, solo me reí yo, lo que además de frustrante es patético. La segunda parte, en la que explica el malentendido por el que a la protagonista le pasa esta desagradable aventura en Gatwick, no lo entendió nadie, por lo que lo he eliminado temporalmente.
Para quitarme el mal gustillo que me dejó el relato, lo he arreglado un poco y lo dejo más bien como una escena. Me cuesta mucho escribir escenas y son parte esencial del relato. Así que allá va. Si la crítica es mala renuncio a arreglar la segunda parte, a veces uno escribe cosas intragables y hay que admitirlo
Ah, y como bien dice el título va de un apretón....Es escatológico.
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El despertador sonó a las 6 de la mañana. Mientras lo apagaba, Ana se arrepintió de haber reservado un vuelo de vuelta a casa tan temprano. Con gusto se quedaría en la cama un ratito más. El dolor de estómago no la dejó remolonear entre las sábanas. Mientras se arreglaba y terminaba de meter su ropa en la maleta, sonó el teléfono. Era la recepcionista del hotel avisándole de que ya había llegado el taxi que le llevaría a la estación de tren. Acabó de vestirse a toda prisa, bajó a recepción, dejó su llave y se metió en el taxi sin haber ni siquiera desayunado. No sabía si eso era bueno o malo para su dolor de estómago.
Una vez en la estación de Victoria, cogió el Gatwick Express por los pelos, por lo que tampoco pudo desayunar. En Gatwick, se topó con el follón habitual. Colas para facturar el equipaje, colas en las máquinas de auto check-in y sobre todo colas para pasar la seguridad. Menos mal que había llegado con tiempo de sobra. Ana se encontraba cada vez peor. Su estómago parecía haberse quedado colgado en el programa de centrifugado de la lavadora. La fila avanzaba despacio. Los pasajeros pasaban una y otra vez bajo los arcos detectores de metal. Ahora sin reloj, ahora sin zapatos, ahora sin cinturón, vacíese los bolsillos. Vale, es por nuestra seguridad, pero menuda pérdida de tiempo. Ana se agarraba el estómago mientras observaba como una señora ofendidísima gritaba a un policía porque no le dejaba pasar un bote de perfume en el equipaje de mano . Otra que hace años que no viaja, pensó Ana. Cuando le llegó su turno, Ana ya se había preparado: no llevaba reloj, había sacado el ordenador de su mochila y estaba depositando su cinturón en la bandeja con una mano mientras con la otra se sujetaba los pantalones, que le iban un poco grandes. Al pasar bajo el arco le dio un retortijón insoportable, y como no sonó ningún pitido, se abalanzó hacia su equipaje de mano. Metió como pudo todo en la mochila y corriendo, sin zapatos y agarrándose bien la cintura de los pantalones, dio una carrera hacia el baño. Le daba igual saber desde que puerta saldría su vuelo o si llegaría a tiempo o no. Le acababa de dar un apretón histórico, y no podía aguantar ni un minuto más. Ana, castaña, 1 metro 70, delgada, alegre, joven, agraciada, siempre a la moda, entre sudores fríos y ruidos dignos de un volcán en erupción puso solución a su grave problema en el cuarto de baño. Pero lo dejó en tal estado que no se atrevió a salir de su cubículo hasta que dejó de oír ruidos provenientes del lavabo. Agazapada detrás de la puerta y sudando ya no sentía dolor ni vergüenza, solo alivio y compasión por la persona que tuviera que limpiar todo aquello.
Una vez en el hall comprobó que todavía le quedaba tiempo de sobra para tomar su vuelo. Se acercó a su puerta de embarque, se desmoronó en un sofá y se sumió en un profundo sueño, justo después de preguntarse qué es lo que había comido que tan mal le había sentado.
Para quitarme el mal gustillo que me dejó el relato, lo he arreglado un poco y lo dejo más bien como una escena. Me cuesta mucho escribir escenas y son parte esencial del relato. Así que allá va. Si la crítica es mala renuncio a arreglar la segunda parte, a veces uno escribe cosas intragables y hay que admitirlo
Ah, y como bien dice el título va de un apretón....Es escatológico.
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El despertador sonó a las 6 de la mañana. Mientras lo apagaba, Ana se arrepintió de haber reservado un vuelo de vuelta a casa tan temprano. Con gusto se quedaría en la cama un ratito más. El dolor de estómago no la dejó remolonear entre las sábanas. Mientras se arreglaba y terminaba de meter su ropa en la maleta, sonó el teléfono. Era la recepcionista del hotel avisándole de que ya había llegado el taxi que le llevaría a la estación de tren. Acabó de vestirse a toda prisa, bajó a recepción, dejó su llave y se metió en el taxi sin haber ni siquiera desayunado. No sabía si eso era bueno o malo para su dolor de estómago.
Una vez en la estación de Victoria, cogió el Gatwick Express por los pelos, por lo que tampoco pudo desayunar. En Gatwick, se topó con el follón habitual. Colas para facturar el equipaje, colas en las máquinas de auto check-in y sobre todo colas para pasar la seguridad. Menos mal que había llegado con tiempo de sobra. Ana se encontraba cada vez peor. Su estómago parecía haberse quedado colgado en el programa de centrifugado de la lavadora. La fila avanzaba despacio. Los pasajeros pasaban una y otra vez bajo los arcos detectores de metal. Ahora sin reloj, ahora sin zapatos, ahora sin cinturón, vacíese los bolsillos. Vale, es por nuestra seguridad, pero menuda pérdida de tiempo. Ana se agarraba el estómago mientras observaba como una señora ofendidísima gritaba a un policía porque no le dejaba pasar un bote de perfume en el equipaje de mano . Otra que hace años que no viaja, pensó Ana. Cuando le llegó su turno, Ana ya se había preparado: no llevaba reloj, había sacado el ordenador de su mochila y estaba depositando su cinturón en la bandeja con una mano mientras con la otra se sujetaba los pantalones, que le iban un poco grandes. Al pasar bajo el arco le dio un retortijón insoportable, y como no sonó ningún pitido, se abalanzó hacia su equipaje de mano. Metió como pudo todo en la mochila y corriendo, sin zapatos y agarrándose bien la cintura de los pantalones, dio una carrera hacia el baño. Le daba igual saber desde que puerta saldría su vuelo o si llegaría a tiempo o no. Le acababa de dar un apretón histórico, y no podía aguantar ni un minuto más. Ana, castaña, 1 metro 70, delgada, alegre, joven, agraciada, siempre a la moda, entre sudores fríos y ruidos dignos de un volcán en erupción puso solución a su grave problema en el cuarto de baño. Pero lo dejó en tal estado que no se atrevió a salir de su cubículo hasta que dejó de oír ruidos provenientes del lavabo. Agazapada detrás de la puerta y sudando ya no sentía dolor ni vergüenza, solo alivio y compasión por la persona que tuviera que limpiar todo aquello.
Una vez en el hall comprobó que todavía le quedaba tiempo de sobra para tomar su vuelo. Se acercó a su puerta de embarque, se desmoronó en un sofá y se sumió en un profundo sueño, justo después de preguntarse qué es lo que había comido que tan mal le había sentado.
viernes, 14 de septiembre de 2012
Flashback: Las cucharillas del Hilton
Cuando viajo en coche y los niños se duermen y se me acaba la conversación con mi marido, mi mente comienza a divagar. Y como supondréis, mi mente divaga poco, porque en un viaje en coche con niños tienen que alinearse los astros para que se produzcan todas estas circunstancias. Pues este año, viajando hacia Isla Canela, se produjo esta situación. Y dejando que la mente navegara sola, empezó a encadenar opiniones y pensamientos, hasta llegar a los recuerdos…y trasladarme en un plis a la época en que yo vivía en Londres y trabajaba de camarera en un hotel Hilton. Y fue pensar en el Hilton y saltar al tema de las cucharillas del Hilton y decidir,…cuánto me gustaría contar esto en el blog,…
Hace como década y media trabajé en un hotel Hilton de Londres. Primero como camarera, luego como telefonista y finalmente como recepcionista. De donde me quedan más y mejores recuerdos y aún amigos, es de mi época de camarera.
Para los que hayais trabajado en hostelería sabréis que el número de material ideal se calcula así: Si hay sitio en un restaurante para 100 comensales lo ideal sería tener 300 unidades de cada pieza necesitada. Es decir: 300 platos, 300 tenedores, 300 tazas….Porque se supone que 100 están en las mesas, 100 pueden estar lavándose y 100 preparados para ser usados cuando los comensales se retiren de la mesa. Eso en un mundo ideal. Si hay material, se trabaja bien, y si no hay material, se sufre. El sufrimiento es inversamente proporcional al número de material disponible: cuanto menos material, más sufrimiento para el trabajador.
Pues en el Hilton, el número de cucharillas de café era inferior al número de comensales. Tendríamos capacidad para 300 personas y no había ni 200 cucharillas. Imaginaros como eran los desayunos para nosotros, los camareros. En busca de la cucharilla perdida. En principio, lo que se intentaba es que el cliente no reclamara su cucharilla, que moviera su café con el mango del tenedor. Pero como esta iniciativa la tenían pocos, pues teníamos que recurrir al ingenio. En principio nos guardábamos las cucharillas y solo se las dábamos a los que las reclamaran. Y cuando ya no nos quedaban, que era casi inmediatamente después de abrir el restaurante…..¡comenzaba la carrera! Que se iba el cliente, corriendo tres camareros en plan olimpiada a por la cucharilla que había dejado. Como esto era estresante y creaba mal rollo, decidimos trabajar en equipo, y ser unos cerdos. Pusimos una jarra de agua hirviendo en el aparador de los camareros y cada vez que un cliente se iba, ¡chof! Metíamos la cucharilla dentro para que se lavara…y se la dábamos al siguiente comensal. Al cabo de media hora, el agua caliente estaba fría y con un color cola-cao de espanto, pero no había tiempo para cambiarla así que con un trapito, se le daba un toque, y al cliente.
Esto parece un chiste, pero de verdad que era super estresante. No os imaginais la cantidad de clientes que nos gritaban, ¡quiero mi cucharilla ya!!! Y sí, la culpa no era nuestra, era del restaurante que no compraba cucharillas…y a pesar de nuestras quejas….pues como no había presupuesto, según los altos mandos, pues no se compraban. Esto se repetía, a menor escala con las tazas y con las teteras.
Hasta que un día sucedió lo inevitable. Una compañera, con dos cojones le dijo a un cliente histérico que reclamaba su té. "No le puedo traer su té porque no hay teteras suficientes. Tengo que esperar a que un cliente que esté tomando té, se vaya."
Este señor en cuestión se enfureció aún más y se quejó a un “manager” que pasaba por allí y esto fue el acabose. Nuestra compañera, santificada y admirada por nosotros, fue puesta como ejemplo del mal eterno y enemiga de la empresa, que es la que nos daba de comer y pagaba nuestra “rent” y creo que hubo represalias. Lo que pasa es que la memoria me falla y no me acuerdo bien de ella. Se nos encomendó de la forma más borde, no hacer nada igual en el futuro…¡por dios, Hilton sin teteras!!!
Meses después, yo me fui a otro departamento (recepción) y el tema de las cucharas seguía vigente, casi que a uno le entraban ganas de traérselas de casa…. El agua de las jarras para limpiarlas seguía enfriándose y oscureciéndose y la búsqueda de cucharillas continuó.
Casi me dan ganas de ir a ese hotel un día a desayunar y pedir una cucharilla y un té y ver qué pasa….Lo de la cola para coger las tostadas os lo contaré otro día….
Hace como década y media trabajé en un hotel Hilton de Londres. Primero como camarera, luego como telefonista y finalmente como recepcionista. De donde me quedan más y mejores recuerdos y aún amigos, es de mi época de camarera.
Para los que hayais trabajado en hostelería sabréis que el número de material ideal se calcula así: Si hay sitio en un restaurante para 100 comensales lo ideal sería tener 300 unidades de cada pieza necesitada. Es decir: 300 platos, 300 tenedores, 300 tazas….Porque se supone que 100 están en las mesas, 100 pueden estar lavándose y 100 preparados para ser usados cuando los comensales se retiren de la mesa. Eso en un mundo ideal. Si hay material, se trabaja bien, y si no hay material, se sufre. El sufrimiento es inversamente proporcional al número de material disponible: cuanto menos material, más sufrimiento para el trabajador.
Pues en el Hilton, el número de cucharillas de café era inferior al número de comensales. Tendríamos capacidad para 300 personas y no había ni 200 cucharillas. Imaginaros como eran los desayunos para nosotros, los camareros. En busca de la cucharilla perdida. En principio, lo que se intentaba es que el cliente no reclamara su cucharilla, que moviera su café con el mango del tenedor. Pero como esta iniciativa la tenían pocos, pues teníamos que recurrir al ingenio. En principio nos guardábamos las cucharillas y solo se las dábamos a los que las reclamaran. Y cuando ya no nos quedaban, que era casi inmediatamente después de abrir el restaurante…..¡comenzaba la carrera! Que se iba el cliente, corriendo tres camareros en plan olimpiada a por la cucharilla que había dejado. Como esto era estresante y creaba mal rollo, decidimos trabajar en equipo, y ser unos cerdos. Pusimos una jarra de agua hirviendo en el aparador de los camareros y cada vez que un cliente se iba, ¡chof! Metíamos la cucharilla dentro para que se lavara…y se la dábamos al siguiente comensal. Al cabo de media hora, el agua caliente estaba fría y con un color cola-cao de espanto, pero no había tiempo para cambiarla así que con un trapito, se le daba un toque, y al cliente.
Esto parece un chiste, pero de verdad que era super estresante. No os imaginais la cantidad de clientes que nos gritaban, ¡quiero mi cucharilla ya!!! Y sí, la culpa no era nuestra, era del restaurante que no compraba cucharillas…y a pesar de nuestras quejas….pues como no había presupuesto, según los altos mandos, pues no se compraban. Esto se repetía, a menor escala con las tazas y con las teteras.
Hasta que un día sucedió lo inevitable. Una compañera, con dos cojones le dijo a un cliente histérico que reclamaba su té. "No le puedo traer su té porque no hay teteras suficientes. Tengo que esperar a que un cliente que esté tomando té, se vaya."
Este señor en cuestión se enfureció aún más y se quejó a un “manager” que pasaba por allí y esto fue el acabose. Nuestra compañera, santificada y admirada por nosotros, fue puesta como ejemplo del mal eterno y enemiga de la empresa, que es la que nos daba de comer y pagaba nuestra “rent” y creo que hubo represalias. Lo que pasa es que la memoria me falla y no me acuerdo bien de ella. Se nos encomendó de la forma más borde, no hacer nada igual en el futuro…¡por dios, Hilton sin teteras!!!
Meses después, yo me fui a otro departamento (recepción) y el tema de las cucharas seguía vigente, casi que a uno le entraban ganas de traérselas de casa…. El agua de las jarras para limpiarlas seguía enfriándose y oscureciéndose y la búsqueda de cucharillas continuó.
Casi me dan ganas de ir a ese hotel un día a desayunar y pedir una cucharilla y un té y ver qué pasa….Lo de la cola para coger las tostadas os lo contaré otro día….
viernes, 7 de septiembre de 2012
Inma opina: El Parque Warner
En agosto, antes de irme de vacaciones fuimos al Parque Warner.
Tenía muchas ganas de llevar a mis hijos a un parque temático o de atracciones. Había esperado el momento en que los dos tuvieran edad para poder montarse en varias atracciones sin morirse de miedo. Me parecía frustrante que el mayor pudiera montarse en cosas y la peque se tuviera que quedar mirando como su hermano se divertía. Así que a la edad en la que la mayoría de los niños madrileños ya se saben de memoria el Parque Warner,o el Parque de Atracciones, los míos fueron por primera vez.
Para mis hijos fue un día especial. Disfrutaron y nos sorprendieron poniéndose poco nerviosos, aguantando alguna cola y sobre todo ¡montándose en atracciones de esas que dan mucho miedo!
Pero yo, que he trabajado allá por los años 90 en otro parque temático, en Disneyland Paris nada menos….no he podido evitar comparar. Y es que lo primero que me llamó la atención del parque fue el personal. En primer lugar, hay poco personal. No son suficientes. En la mayoría de las atracciones de pequeños, hay un solo empleado. Una misma persona se encarga de dejar entrar a la gente, seguir el procedimiento de seguridad, operar la atracción, hablar por el micro, luego asistir a la gente a salir de la atracción y despedirse. ¡Se necesitan por lo menos dos personas para hacer ese trabajo! De esa forma, se agiliza el proceso, se disminuyen las colas y ellos pueden hacer mejor su trabajo. Por otro lado, los empleados en general daban la impresión de estar en constante sufrimiento. Se les veía agotados, achicharrados y hartos. Y uno no va a un parque temático para ver gente esclavizada y sufriendo. Sus uniformes, un polo azul con el logo del parque en un lado y la publi de una empresa de zumos en otro y un pantalón marrón, tampoco ayudaba a que tuvieran mejor aspecto. Incluso algunos de ellos llevaban lamparones en el polo, lo que me parece inaceptable. Yo he decir que en Disney no estábamos bien pagados, ganábamos el salario mínimo y París es una ciudad muy cara. Pero había unas normas muy estrictas de higiene, de cambio diario de uniforme y de actitud positiva. Os podréis imaginar que no todo el mundo era feliz trabajando en Disneyland Paris (yo sí lo era), pero os juro que lo parecíamos. Había carteles que decían “Smile, you are now on stage” (sonríe, ahora estás en el plató). Y cuantos visitantes nos preguntaban cómo habíamos hecho para trabajar allí y decían que nos envidiaban. Y es que sonreir era obligatorio. Salvo en Phatom Manor, donde tenían que estar serios para dar miedo.
¿Y por qué en un parque ese sentimiento de positividad, de limpieza y de bienestar es posible y en otro no? Es muy simple: management, la dirección. Un aspecto es el económico y otro es el motivador. Y todos sabemos que el Parque Warner no tiene pasta. Por otro lado, los empleados de la Warner están todo menos motivados. Dan una imagen de españoles explotados que da lástima. Y si la empresa que gestiona la Warner quiere empezar a tener resultados económicos en positivo tal vez debería empezar dando ganas a los clientes de repetir la experiencia. ¡Queremos una experiencia positiva! ¡Motiven a sus empleados, enséñenles que parte de su trabajo es sonreir y acoger a sus visitantes! Así todos, clientes y trabajadores, estaremos más contentos.
Además, la limpieza tampoco es lo más. Con esto no quiero decir que el parque estaba sucio, pero de un parque con el logo de la Warner esperas mucho más. Apenas vi gente barriendo por las calles, y el suelo estaba lleno de restos negruzcos de chicles pegados que le quita mucho encanto.
Una pena, porque tienen atracciones espléndidas y las de agua son muy originales. ¡De muchas de ellas sales empapado totalmente, hasta los calcetines! Sino, miradnos a Olga y a mí. Y hay algunas para mayores, a las que no pudimos acceder al ir con los niños que tenían pinta de ser una fábrica de adrenalina.
No os digo más, que a pesar de todo os lo recomiendo porque lo pasamos muy bien y para mis hijos ha sido algo inolvidable. Pero quedémonos todos con el cuento. Las empresas a medias no bastan. Si no se motiva a los empleados, ya vendas adsl o diversión, el cliente lo percibe. Aprendamos de los que lo hacen bien. Copiar solo es malo en el cole. Y si no me creeis, mirad los japoneses.
Tenía muchas ganas de llevar a mis hijos a un parque temático o de atracciones. Había esperado el momento en que los dos tuvieran edad para poder montarse en varias atracciones sin morirse de miedo. Me parecía frustrante que el mayor pudiera montarse en cosas y la peque se tuviera que quedar mirando como su hermano se divertía. Así que a la edad en la que la mayoría de los niños madrileños ya se saben de memoria el Parque Warner,o el Parque de Atracciones, los míos fueron por primera vez.
Para mis hijos fue un día especial. Disfrutaron y nos sorprendieron poniéndose poco nerviosos, aguantando alguna cola y sobre todo ¡montándose en atracciones de esas que dan mucho miedo!
Pero yo, que he trabajado allá por los años 90 en otro parque temático, en Disneyland Paris nada menos….no he podido evitar comparar. Y es que lo primero que me llamó la atención del parque fue el personal. En primer lugar, hay poco personal. No son suficientes. En la mayoría de las atracciones de pequeños, hay un solo empleado. Una misma persona se encarga de dejar entrar a la gente, seguir el procedimiento de seguridad, operar la atracción, hablar por el micro, luego asistir a la gente a salir de la atracción y despedirse. ¡Se necesitan por lo menos dos personas para hacer ese trabajo! De esa forma, se agiliza el proceso, se disminuyen las colas y ellos pueden hacer mejor su trabajo. Por otro lado, los empleados en general daban la impresión de estar en constante sufrimiento. Se les veía agotados, achicharrados y hartos. Y uno no va a un parque temático para ver gente esclavizada y sufriendo. Sus uniformes, un polo azul con el logo del parque en un lado y la publi de una empresa de zumos en otro y un pantalón marrón, tampoco ayudaba a que tuvieran mejor aspecto. Incluso algunos de ellos llevaban lamparones en el polo, lo que me parece inaceptable. Yo he decir que en Disney no estábamos bien pagados, ganábamos el salario mínimo y París es una ciudad muy cara. Pero había unas normas muy estrictas de higiene, de cambio diario de uniforme y de actitud positiva. Os podréis imaginar que no todo el mundo era feliz trabajando en Disneyland Paris (yo sí lo era), pero os juro que lo parecíamos. Había carteles que decían “Smile, you are now on stage” (sonríe, ahora estás en el plató). Y cuantos visitantes nos preguntaban cómo habíamos hecho para trabajar allí y decían que nos envidiaban. Y es que sonreir era obligatorio. Salvo en Phatom Manor, donde tenían que estar serios para dar miedo.
¿Y por qué en un parque ese sentimiento de positividad, de limpieza y de bienestar es posible y en otro no? Es muy simple: management, la dirección. Un aspecto es el económico y otro es el motivador. Y todos sabemos que el Parque Warner no tiene pasta. Por otro lado, los empleados de la Warner están todo menos motivados. Dan una imagen de españoles explotados que da lástima. Y si la empresa que gestiona la Warner quiere empezar a tener resultados económicos en positivo tal vez debería empezar dando ganas a los clientes de repetir la experiencia. ¡Queremos una experiencia positiva! ¡Motiven a sus empleados, enséñenles que parte de su trabajo es sonreir y acoger a sus visitantes! Así todos, clientes y trabajadores, estaremos más contentos.
Además, la limpieza tampoco es lo más. Con esto no quiero decir que el parque estaba sucio, pero de un parque con el logo de la Warner esperas mucho más. Apenas vi gente barriendo por las calles, y el suelo estaba lleno de restos negruzcos de chicles pegados que le quita mucho encanto.
Una pena, porque tienen atracciones espléndidas y las de agua son muy originales. ¡De muchas de ellas sales empapado totalmente, hasta los calcetines! Sino, miradnos a Olga y a mí. Y hay algunas para mayores, a las que no pudimos acceder al ir con los niños que tenían pinta de ser una fábrica de adrenalina.
No os digo más, que a pesar de todo os lo recomiendo porque lo pasamos muy bien y para mis hijos ha sido algo inolvidable. Pero quedémonos todos con el cuento. Las empresas a medias no bastan. Si no se motiva a los empleados, ya vendas adsl o diversión, el cliente lo percibe. Aprendamos de los que lo hacen bien. Copiar solo es malo en el cole. Y si no me creeis, mirad los japoneses.
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